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Mensaje del 16 de Agosto de 2006

Ayer por la tarde me puse a caminar, Yo siempre fui un gran caminante porque al hombre se lo encuentra en el camino y no esperándolo detrás de un escritorio.

Mensaje del 16 de Agosto de 2006

Habla Artemio:

Hoy es 16 de Agosto de 2006.

Dice Jesús:

Ayer por la tarde me puse a caminar, Yo siempre fui un gran caminante porque al hombre se lo encuentra en el camino y no esperándolo detrás de un escritorio.

Caminé mucho y cuando ya oscurecía dije: está llegando la noche y me gustaría pasarla en algún lugar, aunque a veces me quedo por ahí.
Cuando divagaba con estos pensamientos vi a lo lejos una pequeñita luz y me fui acercando, era tan pequeña la luz, cuando estaba cerca del lugar unos perros anunciaron que había alguien, salió un hombre ya canoso y preguntó: ¿quién anda?, Yo respondí: un hermano tuyo, el hombre no entendió porque no tenia hermanos de sangre, pero lo mismo me dijo: adelante. Pasé, la luz que alumbraba el ambiente, pequeñito, hecho con chorizos, es decir paja y barro apilados para formar las paredes, había una mesa y sobre la mesa un pequeño frasco del que salía desde dentro de un pequeño cañito, parecía hilo y un líquido dentro del frasco que alimentaba la llama que ardía.
La llama al achicarse y agrandarse proyectaba más o menos las sombras del hombre y Mía, no tengo mucho para ofrecerle me dijo, pero queda un poco de leche de cabra que espero no esté cuajada ya.
El hombre me miraba profundamente con los ojos muy oscuros que hacía más
oscuros la pequeña luz que nos alumbraba y me preguntó cómo es que me había sorprendido la noche por ese lugar, que no estaba lejos de otros pero parecía estar lejos.
La silla que me dio era sin espaldar y con un cuero para sentarse endurecido por el tiempo; y estábamos frente a frente los dos hombres, él y Yo, ¿conoce estos lugares? me preguntó, sí, pasé otras veces pero no a esta hora, pero a usted no lo conocía; y sí, como ve vivo solo en este lugar, tuve en un tiempo esposa y dos hijos pero después se fueron, todavía no sé bien por qué.
Y el hombre empezó a desgranar palabras como quien tiene necesidad de contar. Ocurrió que tal vez yo no podía darles lo que ellos necesitaban, porque hubo un tiempo en que además de ordeñar las cabras cultivaba la huerta, pero el tiempo fue pasando y mis hijos se hicieron grandes y ya no les alcanzó este lugar y a mi esposa tampoco, pero seguramente el problema era yo, porque no entraba en los planes de ellos de hacer una casa con algunas piezas y tener cosas como tienen otras personas por ahí.
Hubo un tiempo en que yo tenía un sulky y un caballo y con él iba hasta el pueblito que está cerca, además tenía un perro, ese perro que vio criar prácticamente a la familia.
Pero, no debo ser muy buena persona porque no me quedé con las cosas que hacía o que tenía, los lazos y maneas con los que iba a las yerras donde me contrataban, un día el hijo del patrón me dijo: parece que sabe bien curtir el cuero y hacer estos lazos y vi que lo miró con tanto gusto que le dije: te los regalo.
Después los distintos aperos que había aquí en el rancho y que yo usaba para los arreos o los domingos si quería florearme por allí, a uno me lo robaron, a otro lo perdí jugando a la taba, yo no era de jugar pero casi me obligaron y como no tenía dinero tuve que jugar el apero.
A todo esto ya mi esposa y mis hijos habían partido, no sé dónde están ahora, el sulky y el caballo se los di a un hombre enfermo de los pulmones que acarreaba con dificultad las verduras para venderlas y yo pensé: con el sulky va a poder hacerlo mejor.
El perro, que amaba tanto, se lo regalé a un ciego, porque yo tenía ojos para ver y él no, pero cuando se lo di entendí que mi perro se iba gustoso con el ciego.

Mire todo lo que le estoy contando, pero tome un poco de leche, no tengo otra cosa para ofrecerle.
Yo miraba disimuladamente a mi alrededor y había tan pocas cosas, tendidos en el piso de tierra, dos cueros de oveja y pensé en que dormiría en esa cama, y el viejo mientras me servía la leche de cabra murmuraba palabras que yo no entendía.
Como ya era una hora prudente me dijo: si quiere acostarse hágalo sobre ese cuero, yo tengo este otro, tenga una buena noche me dijo, y Yo le dije: que el Señor lo bendiga a usted y su familia y también al sulky, el caballo, el perro, los aperos, el lazo y las otras cosas que fue dejando en el camino. Sopló la pequeña lucecita y quedamos a oscuras y me dormí profundamente.
Cuando a la mañana siguiente desperté vi que el hombre estaba rígido con los ojos muy abiertos pero ya sin vida. De la pequeña ventanita, un agujero en la pared, entró un rayo de sol que iluminó su frente.

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