Introducción

REVELACIONES


EDITADO EN DICIEMBRE DE 2000

Por Artemio Félix Amero

Comentarios: Héctor V. Morel

INTRODUCCIÓN

1
Hay puertas que se abren como vías genuinas de anticipos de un Más Allá poblado de esperanza cierta.
Se abren a tiempo y en el tiempo como preludio de un Tiempo que por ahora está ausente.
Sus goznes resuenan con el apacible chirrido que es son de otras esferas para quienes son capaces de escuchar.
Se avizoran entonces, sin trabas, vías maravillosas de aproximación.
La realidad que suponemos muy nuestra se convierte, de pronto, en Otra Realidad.
Las voces que captamos son Otras Voces.
Los seres que prefiguramos son Seres con mayúscula.
Las palabras, tan acostumbradas, dejan de ser las de siempre.
Entonces, nace el Milagro.
Se anuncia en nuestro ser recóndito el Misterio de Misterios.
Y cuando nos disponemos a contemplarlo, una Voz nos dice:

Esto es para quienes no creen.
También, para quienes creen... sin saberlo.
Y, ¿por qué no?, para quienes creyendo, piensan que deben creer cada vez más.

2
No veo con claridad su rostro. Está en la penumbra, iluminado por dentro. Soy tan ciego en lo sublime que, aunque supongo verlo todo, mi vista, fraccionada, fragmentadora y miope, me induce siempre a conformarme con retazos de ilusión, metáforas imperfectas que confundo con símbolos, redomas ilusorias que contienen elixires inexistentes, lejanas rememoraciones que se diluyen en nostalgias inexplicables, tornasolados premios de una vida cursada siempre en el primario de los acontecimientos vitalmente salvadores...
Sí, miope como soy, quiero entender y no entiendo. Procuro alcanzar lo de Más Allá y me debato en sombras. Atino a preguntarme muchísimas cosas y descubro, alucinado, que no tengo oídos “para eso”...
Fue en medio de ese estado de ánimo que apenas lo percibí. Entonces, titubeando le pedí que me hablara, y él me dijo:
–Compartiremos las palabras.
–¿Palabras compartidas? –susurré, dudando.
–Sí, –me dijo él–. Las palabras compartidas. Las que vos y yo añoramos hace rato porque llegan de muy lejos: de confines azules, de diáfanas eternidades, de regiones de ensueño que siempre nos parecieron inalcanzables y en verdad existen muy cerca, dentro del corazón.
Las sombras se espesaban cada vez más y tuve la impresión de que su voz provenía de una cumbre majestuosa, ¿o quizá de un valle en el Paraíso que dormía siesta iluminada?
–Nunca pretendí ser más que nadie, pero siempre tuve el deseo de dejar sobre la tierra una pequeña marca.
No supe qué contestar.
–Es extraño, Dios procura santificarme mediante mis propias miserias. Como un Mago Prodigioso, de pronto las convierte en estupendas alegrías, inesperados descubrimientos, contactos sublimes que no necesitan anunciarse porque los experimento en mi carne y en mi sangre, y siento, sin temor a equivocarme, que surgen desde los abismos insondables de mi propia alma que, sin proponérselo, es de pronto un vínculo con otros planos...
Guardé silencio.
–Sé que los hombres cambian de opinión cuando llega la noche y que su santidad es casi perfecta cuando duermen. Me considero uno de ellos, pero me esfuerzo en hacer crecer, lo más armoniosamente posible, al niño eterno que a veces en mí dormita, y en otras ocasiones corretea, hace cabriolas y morisquetas, cree con la fe profunda e insondable que sólo una criaturita es capaz de poseer. Tal vez sea esto lo que explica cabalmente el milagro continuo que estoy viviendo desde hace un tiempo.
Niñez... Niñez perpetua, blanca como un lirio, tenue como el beso de un ángel y pura como la mirada de Dios cuando nos escudriña a través de un rayo de sol. ¿Será esa la clave?


3
Se llama Artemio. Es sencillo y directo, como la gente del campo. Carraspea, suspira hondo, como tratando de superar estoicamente la hernia de hiato que hace añares lo tortura, y entonces me comenta: –Todo esto no nació de repente. Se fue desgranando con el correr de los días, con el correr
de mi vida, casi sin darme cuenta. Fui siempre muy inquieto. Me gustaba la investigación de las ciencias humanas. Incursioné en muchas escuelas de pensamiento y disciplinas prácticas, empíricas; tantas, que ni siquiera las recuerdo. Me limité a hacerlas mías con el único propósito de servir. Fui profesor de filosofía y pedagogía, y casi siempre, una especie de “eminencia gris”, de consulta necesaria, pero mirado con recelo por muchos. Lo confieso: caminaba por el filo de la navaja, y todavía sigo así, o al menos lo pienso. No tengo remedio. Mis brazos están abiertos en señal de hermandad; mis manos, encallecidas, porque no rehuyen el trabajo; y la frente alta y quemada por el sol, porque esta Tierra es el prodigio de esas Manos Enormes que no son otras que las de Dios, que se entretiene creando Universos y observando cómo, cada tanto, “sus seres humanos” –maravillas nacidas de su inconmensurable Sueño, o de su “Capricho”, y también de Sus Manos– se lanzan hambrientos y sedientos de sublimidad hasta tocar en ocasiones los Umbrales del Gran Misterio.
Tuve muchas enfermedades. La hernia de hiato me tiene a mal traer. Me sigue como mi sombra. ¿Qué le voy a hacer? Un riñón totalmente deformado tampoco me deja respiro. Siempre me dolía o me duele algo, pero prefiero callar. Lo hice y lo hago siempre: mis males, pequeños o grandes, son un recordatorio o mejor dicho, un despertador, para volver a ponerme siempre de pie y avanzar con la vida... creando y creyendo cada vez más, con la convicción de lo que espero, pero con la certidumbre de lo que realmente veo.
Hace tres años, en 1997, Jesús me abrazó. Sentí que su frente me quemaba. Entonces no pude contenerme y me mostré campechano. Supe que el mío fue un abuso de confianza cuando Le dije: “Señor, que se me pase esta hernia de hiato, para poder servirte mejor”. Y Él me contestó: –Mi gracia te basta.
Desde entonces mi lema es invariable cuando me dirijo a Él, cuando lo miro, huelo, toco y comparto su presencia plena, total, inconfundible y única: –Señor, Tú decides.
El Señor es muy directo conmigo. Cada vez que “estoy con Él”, se muestra como un hombre de mi tierra, franco y directo. Por eso, cuando dejándome llevar por un impulso del momento, por un pesar o una tribulación pasajera o no, busco en Él alivio con súplicas e instancias, se apresura a decirme rápidamente, de manera cortante: –¡Basta, Artemio! No te quejes más. Estoy contigo.

¿Qué puedo decir? ¿Qué puedo explicar? ¿Acaso puedo añadir algo? ¡Jesús es tan humano, tan maravillosamente humano!

4

Me maravilla la sencillez con que Artemio me cuenta sus experiencias. No hay en él palabras rebuscadas, lo que me relata fluye con la naturalidad de un río, con imágenes transparentes y sanamente edificantes, y con silencios que inducen a reflexionar a fondo y meditar sobre muchísimas cosas que damos sabidas pero que ignoramos patéticamente o preferimos relegar o delegar para que sean otros quienes den razón de ellas, aunque las más de las veces dudemos de esos mentores.
Se toma la barbilla y me comenta: –Desde niño tuve estas vivencias, pero de manera sistemática empecé a registrarlo a partir de 1996.
Una señora se encargaba de anotarlo todo con esmero. Yo me limito a repetir “lo que se me dice”. No soy místico ni asceta, sino apenas alguien que escucha atentamente, contempla “realmente” con los ojos, y transmite lo que algunos llaman “locuciones”. Bueno, será así, pero debo aclarar que la voz que escucho no es siempre la misma y los seres que veo tampoco son siempre los mismos. María, Jesús, la Madre Teresa, San Martín de Porres, el Padre Pío u otros tienen un registro vocal, una modulación, un timbre que los diferencia totalmente entre sí.
Ellos hablan. Yo repito. Quien registra estas cosas es una mujer extraordinaria. Basta pasar cualquier casete al azar; entonces no es necesario que yo sugiera: “Ahora habla Fulano de Tal”. Ella reconoce voz, el acento... En fin, ¡hasta la sintaxis es distinta! Porque quien registra todo en cinta magnetofónica, después lo “desgraba” y archiva. Hay un alto enorme de hojas. A esta persona la llamo la chica de la memoria prodigiosa. Basta que yo relea algún párrafo, en voz alta, para que ella identifique de inmediato a quién pertenece la “locución”. El Padre Pío habla a veces en italiano. Santa Faustina, por ejemplo, habló bastante el domingo antes de su canonización. Estaban María y José presentes. Le costaba expresarse. ¡Cómo le costaba expresarse! Esto me induce a reflexionar respecto de todo lo que sigue existiendo del “Otro Lado”, en la Otra Orilla. Sin entrar en conflicto con conceptos, interpretaciones y doctrinas añejas y tradicionales, puedo decir con total convicción que, “del Otro Lado”, las cosas no son “tan así” como muchos suelen explicarlas. ¡No son tan sencillas como muchos creen!

5
Le cuento a Artemio que hoy no me siento bien. Las rodillas me hacen sufrir horrores.
–Secuelas de tus trabajos anteriores, –me comenta, anticipándose.
Le contesto que sí, bajando la cabeza. Prefiero no hablar de mí y comentarle que me impresionan sus “contactos” tan vívidos, tan reales, tan “de carne y hueso”.
Llueve. Tiemblo de frío. Y pienso como en un delirio: un día como hoy, quizá Dios acepte sentarse aquí a mi lado y tomar conmigo dos mates junto al fuego. Tal vez sea pedir demasiado. Pero tenemos tanta hambre y tanta sed de trascendencia que, acobardados por el peso de nuestra limitada humanidad, emprendemos búsquedas a tientas y optamos por quedarnos abatidos a mitad de camino. Comprendo que en este mismo instante alguien me da una mano y me presta socorro.
Ha pasado un rato largo y Artemio me aparta de mis abstracciones; sonríe y me cuenta, o mejor dicho, me repite, palabra por palabra, el último diálogo que tuvo con Él:
­–Me gusta mucho que te demores en describir Mi Aspecto humano. A los hombres les importa mucho cuando se les hable de alguien que es humano. Aunque esto lo dije de otras maneras, pero lo vuelvo a repetir de ésta.
Señalabas detalles como mis uñas, o mi cabello más oscuro a causa de la humedad de la noche. Son detalles que no parecen importantes, pero consciente o inconscientemente, el hombre se siente identificado con Alguien que también tiene uñas, como él, que su cabello se humedece, que a veces su túnica no está tan limpia como quisiera; es decir, hace falta que los hombres conozcan Mis Aspectos humanos; de esa manera, estoy más cerca de todos.
El hombre puede estar más cerca de Mí cuando ve que Yo participo también de su naturaleza humana.
Nunca te canses de decir cosas sobre Mí a todos: sobre Mi Aspecto físico o sobre Mis pies lastimados por las piedras del camino. No creas que esa descripción sea morbosa o exagerada. En absoluto, me parece bien que expliques todas estas cosas.
Para muchos, la impresión de que Dios es un ser lejano y extraño hace que su camino hacia Él parezca muy difícil y cuesta arriba, mientras que, si Me ven sufrir o llorar, si ven que Mis pies se ensucian y agrietan, como le sucede a cualquiera, si ven que mis uñas están así o de otra manera, que mi cuerpo tiene vello o que mi cabello se humedece, o que a veces alzo una mano para rascarme una oreja... puede ser que todo esto no concierna a lo esencial de los mensajes, pero si a algo que para Mí es fundamental: que Me consideren accesible, ¡muy accesible, muy al alcance de hombres, mujeres y niños! ¡Al alcance de todos por igual!
Por eso, Artemio, no te canses de hablar sobre Mis Aspectos humanos. Además también me satisface enormemente que describas Mis cosas, a veces con detalles, para explicar a los demás que también soy un hombre.

6
Doy fe que, mientras iba transcribiendo el capítulo anterior, toda la habitación quedó impregnada de una fragancia que no puedo definir ni explicar. Todavía ahora persiste. Abrí la ventana para cerciorarme de que no provenía del exterior. Lo mismo hice con la puerta del departamento en que vivo. El aroma que huelo es realmente una delicia.
–Lo que te ha sucedido –me dice Artemio– es algo tan corriente que, a medida que pase el tiempo, no te asombrará. Lo aceptarás con naturalidad, pero sin olvidar nunca que se trata de una verdadera gracia. Por lo general...
–Creo que es una gracia singular, que no merezco.
–No creas eso, Héctor. Lo que percibiste es una realidad tangible, tan palpable y concreta como el Cristo o la Virgen que yo veo y siento. Los perfumes que entonces embalsaman el aire son, por lo general, como los que emanan de las rosas.
–¿Siempre?
–No siempre. También hay fragancias de jazmines. Y al atardecer, ¡el olor de la manzanilla silvestre es inconfundible!
–¿Los atribuyes a Alguien en especial?
–Los tomo como una “gentileza” de María, quien da muestras así de su constante asistencia. Ella a veces ella se anuncia con una ráfaga, una brisa que todos los presentes sienten y que emana de un cuadro suyo que, portentosamente, ha ido modificando poco a poco sus facciones, afinándolas, perfeccionándolas... ¡Ella lo sabe mejor que yo!
–Pero, por favor, Artemio, aclárame esto: cuando transcribí las palabras de Él, era Él solo quien aparentemente estaba presente.
–Sí, en ese caso sí. Y puedo afirmarte que, por lo general, el perfume de Jesús no se identifica con nada. “Parece aroma del campo al atardecer”. Y también, como el que olemos “después de la lluvia”.
Me sobresalto porque eso es exactamente lo que yo experimenté hace escasos momentos.
Entonces, le pido a Artemio que me brinde más datos precisos sobre sus experiencias, y me responde sin vacilar: –El cabello de Jesús es castaño oscuro. No tan largo como suele representárselo en las imágenes tradicionales; más bien, siempre detrás de las orejas. Sus ojos son claros. Sus sienes más bien hundidas, contrastan con una barba que no es partida al medio ni tan tupida. En las noches de rocío, su cabello está húmedo y más ondulado.
–¿Cómo es su ropa habitual? ¿Viste una túnica o...?
–A veces usa una túnica sobre el hombro derecho. En ocasiones está pegada en el plasma. Cuando Él está hablando, suele despegarla y levantarla. Tiene en el hombro derecho la herida más grande. El hueso expuesto es fácilmente distinguible. Sin embargo, nunca me dijo que sentía dolor ni dio muestras de ello. Pero te aclaro algo más de su túnica: suele ser de color blanco, crudo, o bien, gris desteñido, y a veces, está desgarrada.
–En otras ocasiones lo veo nítidamente vistiendo una camisa tipo morley, con solapas de escote en V; le llega hasta la cintura, no más abajo, y tiene pantalones de jean, de bolsillos con pespuntes. Sus sandalias, tipo “franciscanas”, son de dos lonjas de cuero “muy viejo”.
–¿Él es alto?
–No tan alto, pero sí muy delgado. Sus vestiduras lo hacen parecer de más talla. Sus pies son largos y finos, y sus dedos, largos, de grandes yemas. Podría decirte más, pero pienso que estos datos concretos que te doy son suficientemente indicativos y sugerentes. Indican y sugieren que uno está frente a un ser humano, sublime, encantador, majestuoso y único, que habla con vos, te toca, modula su voz con inflexiones inconfundibles, con un acento que es sólo de Él, que denota en cada instante su Persona Sagrada y Purísima, capaz de provocar un alborozo inefable y crear “la certidumbre de la vida eterna”.


7
Quedé cavilando varios días sobre lo que Artemio me contó. Esto no sucede habitualmente, y menos aún en estos tiempos tan materiales, densos, oportunistas y cargados de hedonismo. Lo sagrado no halla fácil cabida en la sociedad consumista; quien cree de verdad y práctica realmente su credo adoptándose una actitud de perdonavidas respecto de quien cree y practica realmente su credo no goza de mucha confianza: es más bien “un bicho raro” al que se mira de reojo. Además, los humanos solemos ser crueles e insensibles y, ¿por qué no decirlo?, durante siglos nos hemos olvidado de un gran pecado capital: recitamos con suficiencia “Soberbia, lujuria, avaricia, envidia, gula, ira y pereza”. ¿Y la “crueldad”? ¡Se nos quedó en el tintero!...
Sin embargo, todos sin excepción ¡queremos salvarnos! Y la salvación que buscamos no es necesariamente y siempre material, concreta, netamente utilitaria. ¡Por el contrario! Buscamos una salvación dueña de promesas mayúsculas, e incluso eficaces... para que redima nuestros yerros, nuestras ignorancias crasas, naturales, afectadas y supinas, y nos encauce hacia nuevos puertos de fe, esperanza y amor... aunque olvidemos que la fe no admite miras utilitarias, la esperanza corre el riesgo de volverse egoísta y egocéntrica, y el amor puro sigue siendo lo más valioso.
Es cierto; tenemos muchas reservas mentales. Abundamos en discrepancias. Consumimos, unas tras otras, abundantes dietas de filosofías que, como un soplo, también se disuelven y pierden su sabor, sustancia y mensaje. Entonces, junto con nuestras tecnologías y sensacionales descubrimientos, tal vez después de una guerra atroz, de una epidemia sin remedio, o de un cataclismo impensado... nosotros, como humanos, retornemos a nuestras raíces, a nuestras fuentes y busquemos la Respuesta.
Nos resulta imposible prescindir de lo sublime. Sabemos que si lo desechamos, corremos el riesgo inminente de ¡autodemolición!..
Yo pensaba en todo esto deshilvanadamente cuando Artemio me dio a leer “su diálogo con Jesús!” que no vacilo en transcribir tal como “ambos” lo sostuvieron:

–¿Qué te anda pasando estos días?
–Señor, sabes que me cuesta sufrir.
–Nunca te voy a mandar nada que no seas capaz de tolerar. Además, te ayudo a sobrellevarlo, y cuando sufres, no me pidas que te quite el sufrimiento. Sabes muy bien que todo está programado.
–Señor, pero no estoy acostumbrado ni sé qué quieres hacer.
–El problema es Mío, no tuyo. Tú te ofreciste, y ahora no pararé hasta que no tenga todo en Mí.
–Señor, pero a veces me asaltan las ganas de huir lejos, muy lejos.
–Te puede asaltar toda clase de ideas, pero en primera y última instancia vas a hacer lo que Yo quiero. No porque Yo quiera darte una orden. ¡Nada de eso, porque nuestra relación es distinta! Me amas y Yo te amo; entonces sé qué es conveniente o no para ti. Además, dices que para ganar la vida hay que perderla. Pues bien, acéptalo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, la planta no nace. Acéptalo.
–Señor, no tengo tanta fuerza.
–¿Me vas a decir cuánta fuerza tienes?
–Señor, a veces tengo reacciones de una persona demasiado común, en el sentido de que algo me fastidia o da tirria.
–¿Te reproché algo de eso? Más vale que reacciones. Si no reaccionaras, interiormente no tendrías vida.
–Todo me cuesta mucho, Señor.
–Ya lo sé.
–Esto promete para mucho, Señor.
–Ya lo sé.
–Señor, cuando sufro tanto, no puedo rezar.
–¿A esta altura me lo dices? ¡Durante las veinticuatro horas del día estás rezando! Todo tu cuerpo y toda tu alma están siempre rezando. No hace falta que digas un Padrenuestro. Si algo te duele intensamente o te sientes agobiado por una u otra cosa, estás rezando y tienes que enseñar a los demás que eso es también una plegaria.
–Señor, a veces yo quisiera volver sobre mis pasos.
–Ya lo dijiste y Yo lo repetí: llega un momento en que ya es demasiado tarde para regresar. Si te propusieras apartarme de tu vida, te desmenuzarías como un terrón de tierra seca. Si gustas, pídeme que te dé fuerzas, pídeme muchas cosas. Sé que debo dártelas, pero eso sí, pídemelas porque pidiéndomelas te sentirás mejor... Y recuerda muy bien esto: Yo no te hago sufrir sino que aprovecho tu sufrimiento para cuanto sea necesario. Reposa en mi voluntad y todo lo harás bien. No temas a nada ni a nadie. Ni siquiera a quienes duden abiertamente de ti o se mofen de ti, o incluso te condenen.
–Señor, mi mente está sometida a un esfuerzo demasiado grande y me siento incapaz de “procesar” todo lo tuyo.
–¿Quién te pidió que lo proceses? Acepta las cosas como suceden. Nada sucede sin que yo lo esté produciendo. Por eso, esfuérzate al máximo y sigue siendo quien eres, pero sin olvidar que quien está en tu interior soy Yo, aunque muchas veces no te parezca así.
–¿Te das cuenta, Señor, que esto es muy complejo, y que cuando alguien lea esto, como revelación, va a poner el grito en el cielo?
–¿Y crees acaso que no lo hago para eso? En un primer momento los sobrecogerá y hasta se enojarán, pero tú estás conmigo y recuerda que, en un cumpleaños tuyo, mi regalo fue “quitarte el temor”. Algo te queda, es cierto, pero ya has avanzado mucho en ese sentido.
–Parecería que a veces estás jugando conmigo.
–Eso depende de qué entiendas por jugar. Si introducirte en agua caliente (como una vez lo hice) y retirarte de ella sin una sola quemadura es jugar, bueno, entonces eso es un juego, sí, y cuando hablo de eso me refiero a que a lo largo de tu vida, y ahora, a veces estás en situaciones terribles de las que has salido ileso.
–Pero siempre albergo un poco de duda en todo.
–La duda siempre puede existir. Teresa de Jesús estaba al borde de la muerte y en algún momento creyó hallarse fuera de la Iglesia a la que ella tanto amaba y respetaba Y fíjate que ella era Teresa de Jesús. Contigo me he propuesto hacer lo que hice con Teresita de Lisieux.
–¿De qué se trata, Señor?
–De un nuevo método, de una nueva forma, de una nueva manera de arrebatar el Cielo.
–...
–Cuando Teresita de Lisieux habló, primero dijeron que era neurótica y, después, que su neurosis no impedía fuera santa. Los hombres opinan, y sus opiniones van y vienen. No te preocupes. Estoy ensayando contigo un método –valga la expresión– diferente para llegar al Padre, totalmente desacostumbrado. No te preocupes: ¡estoy siempre a tu lado siempre!
–Mis fuerzas no dan para tanto... ¿Qué más puedo decirte, Señor?
–Nada más. ¡Sabes que estamos todo el día juntos! Lo que ahora te olvides, me lo dirás luego, o mañana o cuando tú quieras...
–Que nada te preocupe. Todo está muy bien. Todo marchará bien. ¡Tan bien que nunca podrías imaginarlo!

8
¡Extrañas armonías las del alma! Cuando está alborozada, ¡crea sinfonías fantásticas! Cuando se siente abatida, sus quejas dolientes –silenciosas casi todas– se desplazan y apretujan como gatos furtivos y buscan una cueva profunda –la más honda del yo– para que sus penas acumuladas se disipen de algún modo...
Entonces, como en un fantasmagórico juego de espejos, las cavernas interiores se van multiplicando. Cada una de ellas tiene, en su centro, una llama sagrada que ora resplandece gloriosa, ora humea, muy sola y agonizante.
Sin embargo, todas y cada una de ellas, cavernas más cavernas más cavernas atesoran un mundo milagroso, alimentado por minutos y horas que, sumados, se reducen a un cómputo esperanzado, o no, de toda existencia.
¡Benditas armonías las del alma, capaces de suscitar imágenes, insuflarles vida y alentar el sueño candoroso de quien, con anhelo o fe, ¡quiere confiar aún en el mañana!
La que acabo de escuchar de labios de Artemio es una armonía inolvidable, tan grata para mis oídos como cuando me cuenta sobre sus incursiones por el fascinante plano de la espiritualidad, por esos corredores del descubrimiento que aparecen de repente por obra de la lectura o del contacto personal con seres realmente “torrenciales” que pasan por este mundo iluminando la angosta senda de quienes, muchas veces a tientas, siguen a pesar de todo en busca de la Meta.
Entonces, Artemio me dice: –Hablas de armonías. Te ruego que escuches éstas, salidas de labios de Nuestra Señora. Por favor, escúchalas:

Soy la Inmaculada Esposa del Espíritu Santo.
Soy Nuestra Señora de los Dolores.
Soy Nuestra Señora de este lugar, elegido para las revelaciones, en esta pequeña aldea del fin del mundo, Justiniano Posse, Provincia de Córdoba, República Argentina.
Te dictaré esta Oración, la “Oficial del Tercer Milenio”, en este día 24 de junio, fecha del nacimiento de San Juan Bautista, el Precursor:

Madre Inmaculada, que llevaste en tu seno al Hijo de Dios: quiero decirte hoy una Oración, tan corta como sea posible y tan larga que abarque toda mi vida.
María Santísima, esperanza nuestra, auxilio nuestro y mediadora de todas las gracias.
Madre Santísima, representante siempre ante Jesús y transmisora de nuestros petitorios, alabanzas y glorificaciones.
En este día tan especial, como son todos los días, nuevamente recurro a ti, Madre Santa, para que llenes con tu aliento mi corazón de ternura, de amor sin medida y de todas las virtudes que adornan tu existencia.
Madre Santísima, Madre del Buen Consejo, Madre del Creador: inspírame lo más noble, y que mis actos me unan realmente contigo para siempre...
Madre: no quiero estar un momento o dos o más contigo: quiero estar para siempre, o sea, que con decir esta Oración, quedo sellado o inscripto en el Libro de la Vida, y aunque te olvidara, me tendrás siempre en cuenta y procurarás siempre mi bien.
Madre, tal vez me pierda en los recodos de la vida, te niegue en algún momento o ponga en duda todas tus maravillas... pero no lo tengas en cuenta porque, en este día y para siempre, me ofrezco, dono y entrego a ti para que hagas conmigo lo que quieras... De todas las formas podré llamarte Madre porque sé que no te preocupará que te invoque con un nombre u otro: eres siempre la Madre del Creador, la misma que en el portal de Belén recibió al Niño quien, engendrado por el Espíritu Santo, nació entre animales, y bajo el calor y aliento de éstos para demostrar su humildad, su sencillez y su adhesión a todas las cosas simples...
Madre: puedo recitar esta Oración entera o en parte, o decir tan sólo “Inmaculada Concepción”: todo tiene igual valor porque tú me la dictas, y así declaro firmemente ante todos que tú eres mi madre y que jamás te negaré. Repito ante todos que, como Inmaculada Esposa del Espíritu Santo, nos diste al Hijo de Dios y, al lado de tu Hijo, como Co-Redentora, estás redimiendo a la humanidad.
Madre, te amo total y tiernamente con mi cuerpo, mi sangre, mis órganos, mis células, mis cabellos, mis párpados, mi respiración y cada latido de mi corazón.
Madre: hoy te pido que este pobre, simple y tan precario corazón mío, capaz de detenerse en cualquier instante, con todos sus latidos lleve con mi sangre a todos los rincones de mi organismo tus bendiciones y protección constante...
Madre nuestra, amorosa, gentil y servicial: déjame expresarte mi ternura y que la repita una y otra vez a todos durante el resto de los días de mi vida.
Que mi ternura, Madre, te envuelva siempre, estando yo distraído o consciente, lúcido o alienado: te necesito siempre y quiero estar contigo.
Esta Oración que este día te digo, aunque nunca más la repitiera, vale por toda la vida y toda la eternidad mía y de toda persona, situación o cosa por la que yo la ofrezca, pues su permanencia es eterna por ser dictada por Ti...
Dicha por un recién nacido, por un anciano o por quien sea, esta Oración tiene vigencia y poder a lo largo de toda la vida, tanto mía como de la persona o cosa que yo quiera, y pero si se la repite muchas veces, mejor. Pero pronunciada una sola vez es suficiente para que abarque para toda la vida y después de la muerte, por toda una eternidad.
Madre, te amo con todas las fuerzas de mi ser y con toda la claridad de mi mente. Te amo, Madre, junto a todas las flores que se abren en la tierra. Te amo junto a todos los frutos que maduran. Te amo junto a todos los ríos que corren sin detenerse. Te amo, Madre, con todas las gotas de lluvia, con todos los copos de nieve y con sus inmensos mantos que cubren los campos en algún lugar del mundo. Te amo, Madre, junto a los desiertos inhóspitos y las áridas arenas, junto a los bosques de tierras yermas. Te amo con todas las piedras de la Tierra. Te amo, Madre, con los minúsculos átomos que forman las cosas, no sólo de esta tierra sino de todas las galaxias. Te amo, Madre, junto a todos los seres: desde los hombres hasta los animales de todo tipo y naturaleza, sin distinción ni discriminación alguna. Te amo, Madre, con cada animal que nace y con el primer vagido del niño que sale del seno materno. Te amo con toda la fuerza de los poderosos, y también con toda la debilidad de quienes nada pueden, nada tienen y nada son en apariencia. Madre, te amo por sobre todas las cosas, ahora y siempre, en todos los tiempos y por una eternidad.
Todo cuanto en esta Oración no se nombre, tiene el poder de haber sido nombrado por el solo hecho de decirla y, asimismo, el de perdonar los pecados de quien la diga y por quien la diga. Además, posee el poder de transformar para bien nuestras propias intenciones porque es dictada por Ti, Madre, y su carácter es creativo, regenerador y normalizador de lo que sea irregular, imperfecto, precario o deficiente.
Si el efecto de esta Oración no es inmediato, esto es porque el Señor así lo dispone, pero dicha con el corazón, lo que con ella se pida se cumplirá indefectiblemente.
Madre, te amo con todas mis fuerzas, como todo mi corazón, con todo mi cuerpo y con todo mi ser. Te amo junto con mis antepasados por siete generaciones, es decir, siempre.
Comprometo mi amor para los que fueron y los que serán, para que esta Oración sea universal.
Te amo, Madre, y te hago total y completa donación, dación y entrega de todos los hombres, mujeres y niños, de los que ya no están y de los que todavía no están.
Madre amorosa, gentil y extraordinaria; Madre del Consejo, de la Experiencia, del dolor y del Amor; Madre de todos mis anhelos y fervores, de todos mis desvelos, alegrías y tristezas; Madre de todos los que me aman o no; Madre de mis amigos y enemigos; Madre de los que creen o no creen en Ti.
Madre, te amo y venero, y me comprometo a extender tu devoción, hablar en tu nombre, llevarte dondequiera mi ser y mi persona vayan, no un día o dos, sino siempre. Aunque me olvide de hacer, mirar o pensar algo, te estoy llevando, Madre.
Esta Oración es para entrar en el Tercer Milenio, en el que, oh Madre amorosa, nadie queda fuera de tu consideración y cariño: nadie, desde las arenas del desierto hasta los Angeles del Cielo, desde los ríos caudalosos hasta la gotita de agua, desde lo más encumbrado hasta lo más humilde. Todo se halla incluido en esta Oración Universal del Tercer Milenio para seguir cumpliendo en él lo que dijiste al Angel Gabriel en la aldea de Galilea: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. De esta manera, con estas palabras, se estarán ratificando la Vida, el Dolor, la Pasión, la Muerte y la Resurrección, la Ascensión, la Venida del Espíritu Santo y la formación de la Iglesia Universal.
Cada vez que alguien diga esta Oración, antes y durante el Tercer Milenio, compromete no solamente su propia persona sino también la de todos aquellos que transiten esta Tierra o cualquier ser que pueda existir en cualquier galaxia. Este es un acto de Veneración Universal hacia la Madre del Creador y constituye la Oración por excelencia de todo el Tercer Milenio, precursora de un mundo nuevo en el que todos tendrán la posibilidad de que la Misericordia del Señor los alcance sin distinciones.
Madre: te amo, te amo, te amo para siempre, por toda la eternidad. Amén.

Acabo de transcribir la "Oración del Tercer Milenio". Afuera hay tres grados de temperatura, pero aquí dentro mi corazón es una fragua. Me palpo las rodillas; el dolor que hace quince días me ha estado torturando, ¡ha desaparecido! Apago la luz, y me alejo en puntas de pie del escritorio en el que tengo este escrito. Mi sensación es la de estar alejándome reverentemente de un santuario.