Mensaje del 26 de Noviembre de 2001

¡Bienaventurados porque el maligno quiere distraerlos con esos ruidos y no lo consigue!.

Mensaje del 26 de Noviembre de 2001

Habla Artemio:

¡Que poquitos que somos, Señor!. Uno te ve ahí sentado, con las manos agujereadas, con toda la túnica medio rota, las piernas todas magulladas, todas las rodillas lastimadas, los pies agujereados, sucios. ¿Quién diría, Señor, que sos el Hijo de Dios, y Dios también?. Se te ven las heridas de la cabeza, Señor, tenés toda la tela de la túnica pegada sobre el hombro derecho, como se nos pega a nosotros sobre una herida. Uno no puede menos que pensar, Señor, en todo el amor del Padre, que un buen día decide que vos tomes carne en el cuerpo de María, que vengas a la tierra y vivas de una manera, siempre perseguido, siempre lastimado, siempre torturado.

Porque Señor, vos no solamente perdiste la sangre ese día que te mataron, vos la fuiste perdiendo desde antes. Porque hay muchas formas de perder sangre, Señor, muchas formas.

Imagino cuando dijiste la parábola del Buen Samaritano, ¡cuánto quisiste decir con esa parábola!. ¡Nosotros te pasamos por arriba tan fácilmente!. O las Bienaventuranzas, Señor, ¡cuánto nos amó Tu Papá, Señor para hacer esto que sos Vos y que lo hiciéramos pelota, lleno de lastimaduras, lleno de golpes, de todo!.

Es decir, quisieron destruir tu parte humana porque creyeron que así también te destruían a Vos, y mientras tanto cuando más sufrías menos tenías cerca a amigos, discípulos, ¡se borraron todos!.

Señor ¿cómo hacemos para acompañarte a veces con todo lo que Vos sufrís?. Porque Vos seguís sufriendo, Señor, seguís sufriendo porque seguís redimiendo a la humanidad y te sigue saliendo Sangre de Tus Llagas como hace dos mil años, y te paseas por el mundo, Señor, viendo todas las calamidades y seguramente pensarán en que hemos transformado todo esto, tan ordenado que lo hizo Tú Papá.

¡Cuántas veces te detendrás a la orilla del camino y gritarás Abba, Abba, Papá, Papito!. ¡Cuánto sufren los hombres!. No te reconocieron, te estropearon, te colgaron de una cruz entre dos ladrones. ¡Cuánto nos amó Tu Papá!. ¡Cuánto nos ama!.

Viendo todas esas heridas, Señor, quisiera decir basta, tenés que sanarlas. Pero no, tenés que seguir sangrando para pagar todas nuestras culpas, para pagar todas nuestras deudas, para pagar todas nuestras porquerías. Y ahora, Señor, falta un mes en que vamos a festejarte naciendo, y comeremos y tomaremos, ¡y vos vas a pagar bastante por eso!.

Cada dolor que tengamos, Señor, cada cosa que nos pase, tenemos que ofrecértelo para que junto a Tus heridas te ayuden a seguir redimiendo a los hombres. Es un poco difícil, Señor, seguir viviendo después de verte así. Ya todas las cosas que hay en el mundo parecen una pavada, ¡una pavada!.

Señor, vuelvo a decirte lo que te dije antes, ¿qué querés que haga?.

¿Qué querés que haga?.

Dice Jesús:

Bienaventurados todos ustedes, porque están respirando el mismo aire que Yo respiro, y que respira Mi Madre y los Santos.

¡Bienaventurados ustedes porque desde hace tantos años esperan ansiosos Mi llegada para manifestarme vuestro amor!.

Bienaventurados porque son simples, y entonces de esa forma pueden entenderme. ¡Bienaventurados, Mis queridos, porque están todos inscriptos en el Libro de la Vida, porque ni hoy ni mañana los negaré delante de Mi Padre!.

Bienaventurados porque estoy leyendo en vuestros corazones, todos vuestros deseos y vuestros pensamientos y estoy maravillado de ustedes. Bienaventurados aquellos que me ven, y más bienaventurados aún aquellos que no me ven y creen que estoy acá.

Bienaventurados porque entendieron lo esencial de las cosas, bienaventurados porque me hacen feliz con vuestra vida, con vuestras obras, con todo lo que tienen entre manos.

¡Bienaventurados porque el maligno quiere distraerlos con esos ruidos y no lo consigue!.

Quiero que esta noche, al irse a sus casas, piensen "Jesús me miró, he respirado Su mismo aliento, he sentido Su mismo calor". Y considérense felices, muy felices, porque si en este momento cerraran los ojos les diría, con todas Mis fuerzas: ¡entren, benditos, a la casa de Mi Padre, a gozar eternamente de la Bienaventuranza!. ¡Entren, benditos, a la casa de Mi Padre, porque gozarán eternamente de la Bienaventuranza!.

Nadie piense que es poco o es mucho. ¡Lo poco o lo mucho lo mido Yo!. Nadie piense que hace poco o mucho, porque eso también lo digo Yo.

¡Bienaventurados Mis queridos, por toda vuestra bondad, vuestra disponibilidad, vuestra entrega, porque con vuestra presencia dan testimonio de Mi en los lugares en donde están!. Que estas alabanzas también lleguen a todos aquellos que están lejos, incluso más allá de los mares, y que forman parte de esta familia.

Que también les llegue esto que estoy diciendo, porque cada uno en su lugar está dando testimonio de Mi palabra.

¡Bienaventurados porque la trinidad los ama, Mi Madre los ama, los Santos los aman, y velan continuamente junto a ustedes para protegerlos de todo mal!. ¡Bienaventurados Mis queridos, Bienaventurados!. ¡Bienaventurados!

Amén.