Mensaje del 17 de Noviembre de 2001

Hay una razón muy simple, Mis queridos: cuando un ser humano tiene una pena o ha cometido alguna cosa que no era buena y tiene ese peso en su conciencia y tiene unas ganas bárbaras de sacarlo de adentro está buscando a alguien que lo escuche. ¿Oyeron?. ¡Que lo escuche!.

MENSAJE del 17 de NOVIEMBRE de 2001

Habla Artemio:

Jesús los está mirando a todos, pensando en que hoy se llegará hasta cada uno y cada uno le hará sus confidencias en silencio. Piensen en que a alguno le puede alcanzar con cinco minutos, a otros no. A otros menos. Cuando Él hace eso, que lo hizo dos o tres veces en siete años, no quiere una confesión, quiere una confidencia. Es decir, cuando oportunamente pase por cada uno, Él se va a acercar y ustedes con la mente le van a decir vuestros dolores, vuestras angustias, vuestras tribulaciones, vuestras enfermedades, se acordarán de aquellos que quieren, que aman, lo que cada uno quiera. Para saber que ya han terminado digan "Jesús, en vos confío", y entonces sabremos que le toca al siguiente.

Dice Jesús:

Esto que hoy haré con ustedes me gustaría que lo tuvieran en cuenta todos aquellos que escuchan de los demás sus cuitas, sus dolores, sus alegrías. Nadie me puede negar que de pensar en la confesión a muchos se les paran los pelos de punta. ¡Seamos honestos y digamos la cosas tal cual son!. Hay una razón muy simple, Mis queridos: cuando un ser humano tiene una pena o ha cometido alguna cosa que no era buena y tiene ese peso en su conciencia y tiene unas ganas bárbaras de sacarlo de adentro está buscando a alguien que lo escuche. ¿Oyeron?. ¡Que lo escuche!.

Entonces el que lo escucha debe tener ciertas condiciones. No todos saben escuchar, aunque un montón de personas escuchan. Pero en este caso me estoy refiriendo especialmente a los que escuchan y tienen que dar la absolución porque Yo dije que lo que ataren Yo lo ato y lo que desataren Yo lo desato. Pero algunos se han tomado muy a pecho eso, demasiado. Entonces, ¿qué es lo que ocurre?, ocurre que cuando alguien va, se arrodilla y empieza a decir sus penas, sus dolores, en general cuando levanta la vista se encuentra con unos ojos saltones, penetrantes, y casi sin parpadear, escuchando la confesión. Entonces, el que fue a confesarse iba a decir todo, pero con esa expresión de quien tiene adelante empieza a disminuir lo que venía a decirle, empieza a restar, restar, restar, restar, y le dice algunas cosas para que esos ojos saltones no se pongan rojos de furor ante la pena que lleva el hombre que va a confesarse.

Por eso decía antes que hay que saber escuchar, y el escuchar a los demás debe hacerse con humildad, con dulzura, manteniendo los ojos bajos, con la cabeza gacha como si también a él le pesara el dolor, los ojos entreabiertos y mal no les vendría poner una mano en el hombro del que se está confesando para darle confianza y así pueda sacar todo lo que tiene adentro. ¡Pero esto no pasa casi nunca!.

¡Qué han hecho de la confesión, Mis queridos!. ¿El lugar de tortura de las almas compungidas?. ¿Qué está prevaleciendo en los corazones, La Ley del Talión?. ¡Cuánto dolor, che!. ¡Cuánto dolor!. Los jóvenes ya no se confiesan. ¿Quién tiene ganas de hacerse torturar?. ¡Más que tonto hay que ser!.

Hay muchos ejemplos en el Evangelio en dónde pueden ver cómo hago Yo cuando alguien me dice sus cosas. El que va a confesarse quiere salir de allí en paz. Pónganse una mano en el corazón y otra donde les guste pero díganme, ¿cuántos se van en paz? ¿cuántos?. Era mejor en esos tiempos en que las confesiones eran públicas porque los demás se condolían de los dolores ajenos. Era mejor, ¿para qué privadas?. Si se supone que si es privado quedará allí todo.

Es cierto, Mis queridos, lo blanco es blanco y lo negro es negro. En eso estamos de acuerdo, pero entre el blanco y el negro hay un montón de matices. ¿Y quién da esos matices?. ¡El amor que el confesor siente por el que va a confesarse!.

Entonces, cuando yo paso por cada uno de ustedes deben decir todo, con tranquilidad y sin ningún temor . ¿Por qué?. ¿Sería acaso mejor un hombre porque es un igual?. ¿Qué está pasando entonces?. ¿En qué han convertido todo esto?. Le dije a Santa Faustina y lo repetí aquí muchas veces: entre Mí Padre que es la Ley y el hombre estoy Yo, que Soy la Misericordia, dispuesto a entenderlo todo, comprenderlo todo y perdonarlo todo. Pues bien, ¿les cuesta tanto aprender eso?. ¿Tanto les cuesta?.

Porque hay que analizarse un poco respecto a eso. Todos en nuestro interior tenemos una especie de sentimiento de querer señalar errores y defectos y culpas en los otros. Hay una tendencia, pero no es cuestión de dejarla florecer. ¡Mis queridos, cuanto habrá que revisar todo esto para acomodar la vida a Mis palabras!. Aunque tenga dos mil años siempre tengo que salir por ahí a decir cosas, mensajes, como si no miraran el Evangelio. Si pudieran suprimir del Evangelio las Bienaventuranzas, la Parábola del Buen Samaritano, la Parábola del Hijo Pródigo, la parte en la que María Magdalena besa Mis pies y los baña con sus lágrimas, ¡ay, Mis queridos, cuántos tendrían ganas de suprimir eso!. Seamos honestos, eh. Delante Mío no pueden ocultar las cosas porque Yo lo sé todo. ¡Cómo les gustaría suprimir eso!.

Y suprimirían muchas cosas más, solamente estoy citando algunas cosas puntuales: venía un hombre viajando, lo tomaron los ladrones y lo apalearon, en el hijo pródigo se rompe la ley cuando el padre le dice "pero hijo, él ha vuelto, deja que me alegre por el encuentro", mientras el otro hijo esperaba el reproche y el castigo. Sin embargo el padre lo llena de joyas, ropas nuevas y le hace una fiesta.

¡Che, no sean sordos!. Si llega hasta mi confesionario alguien como el hijo pródigo, ¿tomo el látigo o le preparo una fiesta?. Yo no respondo, respondan ustedes. Y Yo digo, ¿les da satisfacción usar el látigo?. Porque si les da satisfacción habría que analizarlo desde otro ángulo porque ya eso es enfermedad, el gozar castigando es enfermedad. Y bueno, si vos querés estar enfermo no hay problema, pero que los demás no tengan que pagar el pato por tu enfermedad.

Está claro, Mis queridos, bien claro. Las cosas son blancas o negras, pero entre el negro y el blanco hay un montón de matices que solamente pueden ser establecidos por el amor que siento por el semejante.

¿Creen ustedes que con lo que les digo la sangre llega al río?. ¡No!. ¡Con lo que me reservo llegaría al río!. ¡El buen samaritano, el hijo pródigo, las bienaventuranzas, el Magnificat que dice Mí Mamá !. ¿No los pensaron nunca a la luz del Espíritu Santo ?. ¡Eso es grave, Mis queridos, muy grave!.

¿Te acordás, Artemio, de que Yo un día dije que había algo muy serio que tener en cuenta, el no poner piedras en el camino para que la gente llegue hasta Mí?. Porque hay muchas formas de impedirle que lleguen a Mí, y una de esas es ponerle piedras para que tropiecen y se caigan. ¡Más vale no lo hagan!. ¡Más vale no lo hagan!. ¿En nombre de quien se puede usar tanto el látigo?.

Es cierto que casi hay países enteros que todavía no han recibido los mensajes de Mí Misericordia, pero sí conocen a las Sagradas Escrituras desde hace dos mil años. ¿Les gusta que les diga y se los repita para que sueñen con esto: entre Mí Padre y el hombre estoy Yo, que Soy la Misericordia, dispuesto a entenderlo todo, comprenderlo todo, amarlo todo y perdonarlo todo?. ¡Cualquiera diría que sí!.

¿Acaso Yo he puesto algún límite para perdonar?. ¡Qué poco ilustrados están si creen que puse límites para perdonar!.

¡Setenta veces siete no es setenta veces siete, es siempre!.

Mientras tanto se siguen repitiendo los pecados. ¡Mis queridos, Yo les hablé muchas veces de esto!. El que procede mal, la mayoría de las veces, o Yo diría siempre, es porque está enfermo, enfermo de enfermedades físicas o enfermo de enfermedades mentales de las más diversas. ¿O acaso el egoísmo, el orgullo, la soberbia y todas esas no son enfermedades?. Que Yo sepa esas cosas con el látigo no se van. ¡Al contrario, se acentúan!.

Tal vez crean que hablé demasiado fuerte. ¡No!. ¡No!. Lo único que hago es dejarlos solitos con su conciencia para ver que les dice.

Amén.

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