Mensaje del 1 de octubre de 1996

Dice Jesús:

(Al grupo).

Bienaventurados todos los presentes porque han conmovido a mi corazón. ¿Qué podría negarles ahora?

Me están mirando como a un hombre con quien saldrían a pasear o a caminar por ahí y es así como quiero que me vean; el compañero y el amigo de cada momento.

Dice la Virgen María:

La Gran Cruzada del Espíritu Santo debe trasformar todo aquello que ya no tiene vigencia y que no contribuye a solucionar los grandes y pequeños problemas de los hombres en todos los aspectos, deben humanizarse todas las formas de trabajo del hombre, por supuesto que en algunos lugares mucho más que en otros. ¿Cómo algunos pueden sentirse felices cuando sus hermanos no tienen los elementos fundamentales para vivir dignamente como hombres? Apelo a todos los hombres de buena voluntad para que hagan oír la Palabra de mi Hijo, sobre todo a través de sus propias vidas injertadas en lo más diversos lugares de trabajo; en los más diversos lugares de conducción.

Ustedes no tienen conciencia de lo que ya se está obrando porque ocurre en el interior de las almas. Mi invitación debe ir de Norte a Sur y de Este a Oeste apelando a la buena voluntad de todos los hombres sin distinción de credos, razas, lugares, estratos sociales.

¡Conmuévanse!, no desperdicien nada porque tengo apuro en restañar tanto sufrimiento, tanto dolor, tantas injusticias.

Hombres de ciencia, intelectuales, religiosos, sabios sean creativos en buscar soluciones a todos los problemas. Pero para ello tendrán que tener la humildad suficiente de escuchar la Palabra del Señor en las Sagradas Escrituras.

Deberán encontrar verdades que desde hace siglos están latentes y ninguno quiere oírlas. Ha pasado tanto tiempo viviendo al margen del Amor que se nota una insensibilidad general y a veces las acciones más torpes pasan inadvertidas. Es como un endurecimiento de la conciencia que imposibilita ver todo aquello que es perverso.

Únanse, tómense de la mano, apriétense unos a otros en abrazos fraternales, expulsen el odio, la bronca, la soberbia, y todo lo que sea del siniestro.

Todo lo que digo vale para América y para todo el mundo, quien tiene oídos para oír que oiga, para ver que vea y manos para estrechar que las estreche.

Cuando escuchen por las mañanas el canto de los jilgueros oigan al Espíritu Santo anunciando la aurora de un nuevo día.

¡Gracias por lo felices que nos han hecho esta noche!

 

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